martes, 6 de noviembre de 2018

Especular con espejos

Dos espejos se miran el uno al otro. Un espejo esta pulido, sin deformaciones ni manchas; el otro, deformado y rayado. Ambos se miran sus imágenes, y ven la deformación en toda su especie y los oscuros agujeros de los golpes a causa de andar espejado y espejando sin divisar límites y contornos reales.
En un espejo que deforma, la imagen habla de su pasado; en uno pulido, la imagen habla, también, del presente reflejado.
Es en este momento, donde la conciencia del ser espejo puede saltar a otras dimensiones, donde el reflejo se proyecte sobre paisajes de la más variada, compleja y colorida vivacidad; o puede quedar repitiendo antigüas imágenes de confusión y soledad especular; el instante que muestra la oportunidad de saltar, reparar y saldar o repetir, reeditar y volver al sufrir...
La confianza que permite la nueva calidad especular, se encuentra entre los espejos, en esa misteriosa bruma que los separa y une, en un mismo tiempo, en un relámpago incesante.
El espejo pulido puede saberse impecable reflejo, ya no confundirse en porqués imaginarios, inmóbiles y marginantes, y verse actuando la evidencia de la transmisión ordenada de las miradas claras, comprensivas y guardianas del saber más allá de la bruma. Y decir: puedo verme, ahora te veo y acepto en mi.
El espejo que deforma puede confiar en verse realmente reflejado en un pasado, e intentar mudar su piel de metal abollado; renacer pulido por haber confiado en el semejante reflejante, espejar el saber atravesar la bruma, y así, decir: me vi, y ahora también, te veo y acepto en mi.
Quizá, realizar este precioso e infinito instante, es el único fundamento del tiempo y de la práctica de una paciencia confiante.