martes, 13 de junio de 2017

Decí-do

Decido: no quiero cambiar.
Entonces, vuelvo.
Y sé que ya cambié.
Pero la realidad y lo que yo digo
tiene algo que ver
pero más realidad hay
en lo que no digo.
Y no se trata de cuestión de pieles
negra o blanca, amarilla o roja
hombres, mujeres, varones, chicas...
ser personas hijas de la Tierra
implica nacer en selvas o nevadas
en mares o desiertos
islas o continentes
siempre rodeados de estrellas
luna y aparentes vacíos.
No seré yo quien te despierte
no serás vos quien me cambie
será un océano infinito
cuyo nacimiento y muerte
causa, efecto, razón aparente
nunca nadie sabe
cómo, cuánto, dónde
sólo sucede incesante mente
ni será el amor el que te acabe
ni el odio el que te salve
ni el temor el que espante
ni el valor el que te mande
lo verás, simplemente
y tu mirada envolverá todo
lo que ha rodeado a todas las personas
que la Tierra ha parido y recibido.
Yo, por las dudas, no me pierdo
de mi mirada
la observo, total
que no se me escape:
veo políticos que van
y vienen como
carroñeros a la carne
veo personas escondidas
dentro de las entrañas de animales
que cazan a los carroñeros
con la inocencia de los niños;
instituciones que estallan
porque su estado no cambia
y cuando vuelan sus escombros
como represa de inmensa empresa
se llevan despiadadas
a las cegadas ciudades
presas de la luz y la tecnología
ilusionadas por personas ignorantes.
¿Qué quiero cambiar
si soy el cambio mismo?
Quien quiere cambiar
habla de uno mismo
de su confusión y de su temor
al frío del abismo.
Amen, dice temeroso el obispo
lean, dice angustiado el ministro
voten, dice molesto el ciudadano
crean, dice de sí el espíritu olvidado.
Decido irme
para no cambiar
cambiando.

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