viernes, 2 de diciembre de 2016

M.I.R.


Así es la eternidad: aparece de repente.
Así apareció M.I.R.
Su nombre completo va a quedar detrás de sus iniciales.
Pero es un nombre real
-existirá siempre para quien desee saber su verdadero nombre-.
(También se puede inventar uno si es mucho lío).
Es un nombre de una abuela de barrio.
Trabajaba en el Samco de Santo Tomé, provincia de Santa Fe.
Esta abuela tenía problemas con su nieto
-como le pasa a las abuelas en los barrios en la periferia al centro de la ciudad-; problemas serios, con la policía
(que son los que ejecutan su reprimido poder ahí).
 Y fue por su nieto que la abuela decidió decir algo.
Sin su nieto, la abuela no era.
Entonces, es más: hacer y decir algo.
Por su nieto.
Fue al palacio de tribunales, hasta el segundo piso.

El testigo estima que ahi fue donde la abuela sintió.
Sintió verdaderamente lo que ocurría.
Lo sintió como quien siente que se abre su piel.
Tuvo la certeza de lo que pasa en lo más alto.


La abuela había llamado a las puertas de los más altos,
sin abogado o abogada patrocinante;
lo hizo como abuela.
Caminando por los pasillos,
que unen las polares oscuridades de lo penal
con el polo bien visto e iluminado de las cámaras civiles,
la abuela sintió más frío.
¿Por qué no les llaman también cámaras frigoríficas?
(hubiese pensado si el amor al nieto no le ocupaba todo su ser abuela).
Un frío helado sintió reflejarse en esas personas espejos quietos.
No había derecho que satisfaga la necesidad de abuela:
compartir la vida de experiencia con la vida floreciente del nieto.
Ese derecho no lo detalla ninguna norma.
O no se sabe.
O vaya, o espere, o mire...
O no está señora.
O no se puede ahora.
Pero un pasaje en colectivo no se paga inutilmente.
La abuela fue a decir algo.
Ahora; ya mismo.
La abuela quiso hacer su decir;
desde ahí: desde el segundo piso de las cámaras y juzgados penales.
Quizá lo decidió cuando vio hacia abajo.
Desde el balcón del piso más alto, miró el patio interno
en el subsuelo del palacio.
(Nada que ver con las mazmorras de los castillos medievales).

Ahí deambulan los privados de la libertad.
Y los cercanos al problema del que está en más problemas.
Casi todos fuman;
y miran al cielo para ver la red que va a atrapar su mirada
en el segundo piso.
(Ni un poco más allá podrá llegar).
Y defensores e indefensos hablan con varias personas a la vez;
y siempre alguien fuma.
Quizá vio el futuro de su nieto y se quiso adelantar.
La abuela se subió al balcón y desde ahí dijo todo.
En los juzgados civiles se escuchó un grito sordo, como un portazo
(¿Acaso otro caso de mal humor extracontractual?
¿Alguien que no respeta la investidura y la moral?
¿Un profesional que no se banca la mora judicial?
No).
Era la voz o el grito de la abuela.
(Sólo el piso le impidió impíamente
llegar al centro de la tierra a pedir por su nieto).
Y su grito de denuncia retumbó en todo el palacio.
E, inevitablemente, la escucharon abogadas, abogados y empleados;
médicas, médicos, jueces, juezas y secretarios;
secretarias, policías y condenados.
(Esto podría ser una declaración de alguno de estos últimos,
en un expediente del 2011).
El testigo más proximo le dijo a la abuela que esté tranquila;
que su voz se oyó y que las paredes grises la seguirán vibrando.
Y, mientras la abuela volvía a mirar en qué andaba su nieto,
la médica del palacio prescribia desde 2 metros de distancia:
ya era tarde para la vida -y se autorecetaba-.
Más allá de los 2 metros que la médica establecía: miradas y silencio;
como una escena que no tendría que suceder ni en pesadillas.
La abuela detiene el tiempo, su lengua vibra.
Espacio y vacío pleno de sentido por venir.
Luego rumores de quienes la vieron venir.
El mensaje vino desde el balcón del segundo piso;
y se me transformó la realidad, haciéndola vuelo.
(Dijo otro testigo).

10 minutos después de que la voz  de la abuela sonara como portazo:
la detonante escena final fue maquillada con un intento de reanimación.
(Así nos dejamos convencer).
Y como quien nadie oyó, se siguió operando la vieja maquinaria de repetición.
(Aunque en las crónicas de los despachos temblequeantes
dicen que el rumor del mensaje de la abuela ganó lugar
y se impuso soberanamente por unos momentos
a los cotidianos comentarios
sobre créditos financieros
y ofertas de super
y - por menos tiempo- vestimenta empleada por reseñaladas empleadas).

El acto final del drama
que no formó parte de un guión judicial
fue la rotura de una red social.
Una red que nada puede ocultar:
Sostiene, enrieda o deja callar.
Así, en Santa Fe capital,
una abuela pidió que no dejen caer a su nieto
que le den otra oportunidad.

Alguien que no esperó ninguna investigación dijo:
"Fue de esas abuelas que brindan una sonrisa aunque le falten dientes. Esas madrasas corpulentas que hablan y caminan, llevando bolsas, mandados y más de 60 años detrás de sus pasos. Fue de esas abuelas que crian nietos y nietas que no saben de sus padres o madres; ¿qué pasó con ellos? quizá se perdieron en la telaraña del dinero, del poder, de la necesidad insatisfecha, del goce bobo y/o estrés; o quizá sufrieron alguna caída o gran tropezón que los dejó inconcientes de las necesidades humanas de sus frutos; o que quizá alguien les malenseñó o malaprendieron... qué se yo, señor. Era de esas abuelas que quieren remendar errores; que refritan penas y las vuelven una comida llena de alegría familiar; que enseñan lo que malas políticas quieren desterrar: el oficio de hacer pan, una salsa, aprender cosas nuevas a toda edad, sostener la vida familiar, ordenar, dar, dar, dar y brindar. Era de esas abuelas que necesitan ser escuchadas y ayudadas, sin demora, sin vueltas, sin friocracia estatal, señor".


Algunos datos de: http://www.taringa.net/posts/noticias/6526006/Hay-mas-suicidios-que-homicidios-en-Santa-Fe.html

"El director provincial de Análisis Criminal, Andrés Ferrato, invitó a replantear las lecturas que se hacen sobre la inseguridad en Santa Fe. “Si una persona no valora la vida propia, tampoco puede representarse el valor de la vida ajena; por eso también los homicidios -manifestó-. Esto es realmente preocupante. Y nos lleva a preguntarnos qué procesos hay detrás, que la sociedad ha registrado niveles de violencia como éstos, donde las personas optan por quitarse la vida”.

En un intento por desentramar los factores que pueden desencadenar esta decisión, Ferrato habló de la destrucción de la expectativa y de la esperanza, y de la frustración. “Pareciera que las personas ya no tienen fe en que las generaciones que le siguen serán mejores; no tienen fe en el mañana”, planteó. Y con énfasis, reclamó reaccionar frente a este llamado de atención. “No podemos seguir negando el problema; hay que hablarlo. Negarlo es negarle reconocimiento a una persona que, incluso, a través de la elección de su muerte, quiso decir algo. Negarlo no es una opción. Y desde el Estado hay muchas cosas que se pueden hacer porque los problemas que no se tratan suelen agravarse”, sentenció."


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